

FERNANDO VALLESPÍN

¿Quién defiende al sistema democrático?
A medida que se va indagando sobre la red de corrupción de la
Comunidad de Madrid va quedando cada vez más claro el carácter "transversal" de
la red urdida por los intereses inmobiliarios que confluyen sobre Tamayo y Sáez.
No estamos, pues, ante un caso de corrupción que pueda adscribirse alegremente a
un solo partido. Los intereses objetivos de dicha trama no conocen de ideologías
ni de preferencias partidistas. Su único partido es la satisfacción del
enriquecimiento fácil. Y los medios para conseguirlo no se detienen tampoco en
sutilezas morales o en criterios de índole política. Esto contrasta vivamente
con la descarada instrumentalización partidista que se está haciendo del caso.
Sobre todo en la obstinada actitud del PP de mirar hacia otro lado y tratar de
beneficiarse políticamente de un mal que es sistémico, no propio de un
partido específico.
En un sistema político maduro la obligación de todos los
partidos, en tanto que uno de los principales garantes del buen funcionamiento
institucional, debería haberles llevado a acudir conjuntamente en defensa de la
democracia frente a este tipo de interferencias sobre la voluntad popular. El
primer paso a este respecto tenía que haber sido la inmediata clarificación del
asunto y no esta patética cadena de reacciones ante el ya imparable
desvelamiento de datos que proporciona la prensa -un sector de la misma, al
menos-. De no ser por esta obstinada actitud de los medios de comunicación es
muy posible que todo este asunto quedara al final como otro incidente de
corrupción, un nuevo caso Roldán con otros pintorescos protagonistas.
Frente a esta necesidad por saber qué es lo que hay detrás del
Tamayazo nos encontramos, sin embargo, con las habituales cortinas de humo y
con una retórica partidista que encuentra en el ataque la mejor forma de
defensa. Y con una Fiscalía General, conscientemente irresoluta, que no ve más
allá de lo que en cada momento constituye el mejor interés del Gobierno. Al
final no son las instituciones las que corren en nuestra ayuda -y los
partidos también lo son-, sino una prensa responsable. Algún día habrá que
otorgarle el reconocimiento que merece en la consolidación de la democracia en
España.
En el pasado debate sobre el estado de la nación malogramos,
además, una inmejorable oportunidad para que la defensa del sistema pudiera ser
reubicada sobre otras vías. Las propuestas de Zapatero favorables a una
regeneración política podían haber dado pie a un entendimiento entre los
partidos sobre los medios para atajar éste y otros males que afectan a nuestro
sistema democrático. Pero no hay mucho que se pueda hacer cuando el partido
gobernante prefiere la sistemática descalificación del contrario a la salud del
orden democrático. Y eso parece que vende. A la vista de la evaluación que se
hizo del debate, Aznar ganó con holgura. Aunque muchos pensemos que hemos
perdido todos. Algún día, cuando ya haya más perspectiva sobre el
Aznarato, podremos ver cómo su forma de entender la política -que
interioriza de forma implacable un primario esquema Gobierno/oposición- ha
llegado a calar en la población española. La política como bronca permanente; el
todo para el amigo, leña para el enemigo; la preferencia por el ataque personal
sobre la argumentación racional. Analícese toda la retahíla de estrategias de
defensa del PP ante sus últimas dificultades políticas y podremos ver cómo el
espíritu de nuestros inefables talk-shows televisivos ha acabado por
contaminar también el espacio público de la política.
La "oposición tranquila" inaugurada por Zapatero, que tanto
había prometido como un sensato intento por torcer dicha dinámica, ha acabado
por naufragar en las procelosas aguas del interés partidista. Desde luego, no se
trata ya sólo de que falte esa finura discursiva, la ironía y saber hacer que
todos envidiamos del parlamentarismo británico, el problema es que toda crítica
se enfrenta al blindaje de la chulería y a una explícita deslegitimación del
opositor para poder ejercer de tal. Y ésa sí que es una dinámica tan lesiva o
más para la democracia que las oscuras tramas inmobiliarias.
(*) Publicado en
El País.10 de Julio 2003
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