BENJAMÍN PRADO ( * )
Los dos Judas
Tránsfugas, desertores, corruptos, miserables, indignos,
fascistas, cobardes, sinvergüenzas, canallas, vendidos, conspiradores,
indeseables, golfos, traidores, chantajistas, mafiosos, indecentes, donjulianes,
desertores y basura humana. Todo eso, y alguna cosa más que no vamos a repetir,
le han dicho, desde la izquierda, a los dos diputados huidos del PSOE que el
martes le entregaron la Asamblea de Madrid al Partido Popular y van a darle
también, según todos los indicios, la presidencia de la Comunidad.
No es difícil comprender la rabia de los engañados y su
intento de describir, a base de adjetivos cada vez más grandes, la infamia de
los dos desleales.
Tampoco resulta muy complicado, en vista de los oscuros
indicios que se vislumbran en este asunto, darle credibilidad a alguna de las
sospechas, a cual más terrible, que explicarían la cuchillada trapera y que van
desde el soborno a la especulación inmobiliaria, pasando por el desquite ruin de
un ambicioso sin cargo y la venganza de una mujer ofendida por el despido de su
marido, al parecer mandado al paro por el PSOE.
Todo eso se entiende, dadas las circunstancias.
Pero hay otras cosas que no se pueden comprender.
La primera, es que algunos intenten convertir a las víctimas
del atropello en culpables de su propia desgracia. Según esa teoría, que
insinúan los más mezquinos, la incapacidad de Rafael Simancas y su equipo para
descubrir a tiempo la vileza de los enmascarados es una muestra de su
incompetencia. Lo cual es como querer desacreditar a un herido por no haber
esquivado la bala o la navaja del salteador.
O sea, un argumento de locos o desalmados.
La segunda cosa difícil de comprender es el contrasentido de
que las listas que los partidos presentan a las elecciones sean cerradas pero
los escaños conseguidos sean propiedad de cada candidato.
Qué paradoja: uno vota al PSOE, no a los números 13 y 46 de
esa formación, que eran y volverán a ser unos desconocidos aunque ahora
disfruten de unos mezquinos minutos de fama, pero los dos son dueños y señores
de su sillón en el Parlamento, lo pueden usar a su gusto y, a pesar de su
deserción, no piensan devolverlo: no se ha visto caradura semejante, pero
tampoco un agujero mayor en el barco de la democracia. O se reforma esa ley o,
siguiendo el ejemplo, las instituciones públicas serán nidos de delincuentes.
Hoy le ha tocado al PSOE, pero mañana le tocará a otro.
Sin embargo, hay una tercera cosa aún más incomprensible, y
es que algunos puedan alegrarse de la fechoría. Si lo hacen, se arrepentirán.
Es peligroso reírle los chistes a Judas y si hay algo que
sepan hacer los seres despreciables es volverse cada vez más despreciables, más
avariciosos, más cínicos. Después de las treinta monedas no puede haber más que
otras treinta.
De manera que, si los dos huidos no devuelven su acta de
diputado, habrá que celebrar elecciones, cueste lo que cueste, todo menos
mantener los gusanos dentro de la manzana. Con ellos en la Cámara, el Partido
Socialista Obrero Español viviría encolerizado, el Partido Popular se llenaría
de salpicaduras de lodo, el Grupo Mixto sería un vertedero ilegal y el
Parlamento autonómico en bloque, un mercado negro manipulado por un par de
extorsionadores que, antes que nada, se han reído de sus votantes y han
convertido sus votos en un papel manchado. La ciudad de Madrid es demasiado
grande para estar en manos tan sucias como esas.
Hay ocasiones en que sólo importan los conceptos generales,
el concepto de limpieza, el de honradez o el de integridad. Esta es una de esas
ocasiones. Quizá la basura da menos asco cuando es propia, pero no deja de ser
basura: desperdicios, sobras, deshechos...
"La basura brilla cuando sale el sol", dice Wolfgang Goethe,
pero no se puede convertir en un tesoro. Que no lo olviden.
Si no los echan o no se van, todos estaremos secuestrados
(*) Publicado en El País.12.06.03
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