Manuel Vicent
Después de las cuatro mayorías absolutas ganadas por Alberto
Ruiz-Gallardón, hay que preguntarse por qué la cúpula del
Partido Popular le odia tanto. En esta jugada pierde la derecha
moderna, laica, culta y europea, y gana la de cerrado y
sacristía.
Quede claro que Alberto Ruiz-Gallardón, a mi juicio,
es el político más peligroso para la izquierda que tiene
la derecha. Es capaz de defender intereses muy
conservadores e incluso reaccionarios con las formas más
suaves e inapelables de la democracia. Se mueve con
aparente soltura en el mundo de la cultura, que la
izquierda considera su territorio privado. Versos de
Rilke al pie de una hormigonera, excavadoras desalojando
chabolas con música de Scarlatti, una cita de Bertolt
Brecht seguida de una sonrisa implacable mientras a su
alrededor la corrupción municipal acecha. Por este
motivo, los progresistas le han tomado siempre por un
impostor, y la derecha dura, por un topo bajo sospecha.
Gallardón es en sí mismo un tejado a dos aguas, y desde
ambos flancos recibe el fuego.
La ambición de un político se considera una
virtud siempre que no la descubra el adversario
en su fase inicial
Este lance no habría sucedido si Gallardón
hubiera sabido jugar al póquer, una carencia que
heredó de su padre
Si Rajoy pierde las elecciones, Manuel Pizarro
no va a pasarse cuatro años dormitando en un
escaño
En esta lección de baja política no está mal que
los ciudadanos hayan visto los puñales tan
claros
El hecho de que haya sido derribado de su ambición de
poder con una zancadilla muy patosa ante la puerta misma
de las elecciones generales es un ejemplo de cómo la
alta política y las bajas pasiones son a veces una misma
cosa, aunque se trata en este caso de un Macbeth
absolutamente ratonero. Este lance no habría sucedido si
Gallardón hubiera sabido jugar al póquer, una carencia
vital que heredó de su padre, famoso perdedor en las
partidas del burle en la timba del Bellas Artes.
El padre de Ruiz-Gallardón, Josito para los amigos,
fue un abogado inteligente y disparatado que después de
dejar admirados a los magistrados del Tribunal Supremo
con sus impecables recursos de casación, o de
persignarse beatíficamente al entrar en el aula de la
facultad donde impartía Derecho Civil, o de rezar el
santo rosario todas las noches en familia, llegaba al
garito de madrugada y antes de sentarse a la mesa de
póquer metía ya el ego en la partida y desde la puerta
gritaba alegremente: "¡Cubro restos!". En el póquer
sintético, también llamado chiribito, cada punto tiene
dos naipes en la mano, y el crupier va destapando, una a
una, hasta cinco cartas sobre el tapete, y ante cada
carta abierta el jugador puede tirarse, pasar, postear
dinero o jugarse el resto en un envite. Josito era uno
de esos que decían: "Envido y si sale un ocho desplumo a
la mesa". El cálculo era perfecto, pero no salía un
ocho, sino una jota o un as, cosa normal que también
sucede en la vida, en los negocios, en el amor y en la
política. Un famoso burlanga del Bellas Artes solía
advertir a Josito para bajarle los humos: "Tienes que
saber que de un mazo de naipes puede salir un cocodrilo,
un tiburón y hasta un obispo". Nadie hubiera imaginado
entonces que este comentario, con el tiempo, resumiría
toda la filosofía de la derecha española más ruda.
Lejos de escarmentar en la cabeza de su progenitor,
esta lección del azar es la única que este opositor
empollón, tan seguro de sí mismo, no logró aprender
nunca. De ahí le viene esa pulsión de jugar
políticamente unas veces demasiado suelto y otras muy
amarrado, según venga la baraja, hasta que, de pronto,
un día se calienta y envida con las orejas ardiendo
cuando toda la mesa conoce sus cartas.
La primera obligación del ambicioso consiste en que
no se le note la ambición hasta el momento en que ya se
tiene inmovilizada a la presa con la zarpa en la
yugular. Es la lección que a los líderes y capitanes de
empresa dan los tigres. La ambición de un político se
considera una virtud siempre que no la descubra el
adversario en su fase inicial. El peligro está en los
tres primeros peldaños. Ahí es donde Aquiles tiene
todavía el tendón a merced de cualquiera. Un día,
Gallardón, saciado de su éxito autonómico y municipal,
que le parecía un vuelo gallináceo comparado con la
medida de sus sueños, anunció que se iba a retirar de la
política, como un señuelo, para que la cúpula del
Partido Popular lo elevara de nivel, encargándole una
tarea nacional. En el póquer, eso se llama un pase
negro, que puede salir bien si los demás se confían. En
vista de que la mesa no picó, poco después, arriesgando
mucho en el envite, Gallardón se ofreció ya abiertamente
como sucesor de Aznar con el ímpetu de un principiante
que juega de farol. Aznar nombró a Mariano Rajoy y él
quedó desairado, pero al perder el Partido Popular las
elecciones consideró que la partida aún seguía viva y
que a él acabaría por entrarle la trucha de ases, que es
la mejor jugada. "He sido derrotado", ha declarado
Gallardón con un sabor de ceniza en la boca, el mismo
que sienten los jugadores desbancados al clarear el día.
Después de haber ganado cuatro mayorías absolutas hay
que preguntarse por qué la cúpula de su partido, al que
pertenece desde los 18 años, lo odia tanto. Al margen de
su ambición política, que le ha obligado a enseñar las
cartas, en esta partida se ha dirimido el poder en el
terreno de la propia ideología. Ante el horizonte de los
próximos veinte años se trata de saber si seguirá
enquistada en España una derecha rancia, abrupta y
reaccionaria, llena todavía de adherencias clericales y
franquistas, o si germinará una derecha laica, culta y
tolerante. Ruiz-Gallardón es esa clase de político que,
después de haber superado aquella fase primaria de joven
ardoroso, muy fraguista, sabihondo e insufrible, ha
tenido el olfato para percibir que la derecha moderna
puede lograr sus intereses más duros sin perder las
formas, bajo este principio sagrado: cuanto más
vaselina, más profundamente se hiere al adversario. Es
una cuestión de instinto. Se tiene o no se tiene. Por
eso este político no se irá nunca.
Una parte de la derecha concibe el Consejo de
Ministros como el consejo de administración de una gran
empresa. El lujo de desperdiciar a un político de raza,
como Gallardón, que no ha hecho más que ganar
elecciones, ha sido compensado con la entrada en la
política abierta de Manuel Pizarro, que hasta ahora
mecía la cuna del Partido Popular detrás de los
cortinajes. Este personaje viene de un éxito muy
ibérico, el de resistente enriscado, que ha defendido
hasta el final los intereses de los accionistas de una
empresa. No imagino a Pizarro de segundo de nada ni de
nadie. Si Rajoy pierde las elecciones no creo que Manuel
Pizarro se pase cuatro años dormitando en un escaño del
Congreso de los Diputados. Éste es un hombre duro y
correoso con alma de consejero delegado. La patria puede
ser también una Endesa. Si Rajoy claudica, tal vez,
desde el fondo del fracaso será llamado este hombre a
salvar al partido de la quiebra, y puede que lo haga con
el instinto del gestor de empresas que fía la felicidad
de los ciudadanos y el porvenir de la nación a una buena
cuenta de resultados. El verbo liderar es el que más
veces sale de su boca. De modo que la partida de póquer
continúa, esta vez con un punto nuevo en la mesa,
sonriente, formal, educado, a quien será difícil de
pelar y menos de robarle la cartera. Se le ha llamado
tiburón. Yo lo veo más bien como delfín, que no es
exactamente un pez.
Los campesinos saben muy bien que las yuntas, antes
de aceptar su destino común en el arado, se meten entre
ellas unos bocados feroces mientras labran la tierra. La
sensación que han dado Esperanza Aguirre y
Ruiz-Gallardón ha sido ésa. Estos dos políticos
mordiéndose por llegar el primero a la escalera del
poder ha sido todo un espectáculo, más bien un
Shakespeare en alpargatas. Realmente en esta jugada,
junto con Alberto Ruiz-Gallardón, ha perdido la derecha
moderna, laica, culta y europea, y ha ganado la otra, la
de cerrado y sacristía. En esta lección de baja política
tampoco está mal que los ciudadanos hayan visto por una
vez los puñales tan claros. -
Historia de dos enemigos
Empezaron juntos. Las carreras de Aguirre y Gallardón llevan 25 años
cruzándose
Corría 1983 y el PSOE barría en Madrid. Alberto
Ruiz-Gallardón, un concejal novato, de 23 años, coincide en la
bancada de la oposición del Ayuntamiento con una mujer de 31 que
también estrena cargo: Esperanza Aguirre. La carrera de estos
dos políticos clave para la derecha española arranca en la misma
casilla.
Cuatro años después, sus trayectorias se separan,
convirtiéndose en dos líneas paralelas que, paso a paso,
ascienden por el tablero sin cruzarse. Tras dos intentonas
fallidas, Ruiz-Gallardón gana las elecciones a la presidencia de
la Comunidad de Madrid, en 1995. Tiene 37 años. Repite el
triunfo en 2001. El concejal desgalichado de entonces se ha
convertido en un político de referencia con un estilo
particular, calculadamente original, proclive a las grandes
obras aun a costa de exprimir la hucha institucional.
En la otra línea del tablero, Esperaza Aguirre gana
popularidad y salta de casilla en casilla: concejal de Cultura,
de Medio Ambiente, ministra de Educación y Cultura, presidenta
del Senado...
En octubre de 2002, las dos trayectorias se cruzan, por
primera vez, en el despacho del jefe: una tarde de domingo,
Aznar comunica a Gallardón que debe presentarse como candidato a
alcalde y que Aguirre será la aspirante a la Comunidad de
Madrid. Por primera vez, desde sus tiempos en la oposición,
comparten territorio.
Esperanza es elegida presidenta a la segunda, después de
repetirse las elecciones tras la deserción de dos diputados
socialistas, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez. Tal vez por
eso, Gallardón la menospreció en un principio.
Y sin embargo, en octubre de 2004, Aguirre vence a su rival
al ser proclamada presidenta del PP en Madrid. En mayo de 2007,
ambos ganan por mayoría aplastante. Aguirre crece como enemigo.
Gallardón descubre quién le disputará la casilla final.
En agosto de 2007, siete meses antes de las elecciones,
Gallardón da un paso adelante. Pide que se le incluya en las
listas al Congreso. Un movimiento táctico para colocarse bien de
cara a La Moncloa en caso de que Rajoy pierda las elecciones.
Aguirre se opone y declara, por fin, la guerra abierta.
Rajoy les citó el martes. Las dos antiguas trayectorias se
cruzan de nuevo en el despacho del jefe. Pero ya no hay sitio
para los dos: uno se va a caer del tablero.
Al no incluirle en las listas, Rajoy hunde a Gallardón
delante de su rival, 25 años después de coincidir en la bancada
de la oposición del Ayuntamiento de Madrid, la lejana primera
casilla.
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20.01.08
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