UNA VISIÓN AMABLE DE SU TRAYECTORIA. PARA QUE LUEGO DIGAN........

Descubriendo a Rajoy

LUIS R. AIZPEOLEA ( * )

Un día de abril de 1990, el entonces secretario general del PP, Francisco Álvarez Cascos, localizó al diputado del PP por Pontevedra Mariano Rajoy, de 35 años, y le comunicó que el recién nombrado presidente del PP, José María Aznar, quería recibirle en su despacho de la calle de Génova. Rajoy, sorprendido, acudió a la cita, y Aznar le dijo que quería nombrarle vicesecretario general del partido porque iba a ganar las elecciones en 1997 -luego se celebrarían en 1996-. Rajoy intentó decir que se lo iba a pensar, pero Aznar le cortó. Le dijo que tenía que tomar la decisión antes de abandonar el despacho, y Rajoy aceptó.

Todavía hoy, Rajoy se pregunta por qué Aznar le llamó si apenas se conocían. Claro que habían coincidido como diputados en el Congreso, pero incluso en la etapa de crisis interna en AP habían hecho apuestas dispares. Rajoy había apoyado a Antonio Hernández Mancha, y Aznar, a Miguel Herrero de Miñón. Rajoy cree que fue el político gallego Pío Cabanillas, ex ministro de Información y Turismo con el Gobierno de Carlos Arias Navarro en 1974, ministro con la UCD en los setenta y ochenta y finalmente dirigente del PP, quien pudo sugerir su nombre.

Aunque es verdad que Rajoy y Aznar tienen talantes distintos, también lo es que proceden de un tronco común. De familias conservadoras y de clase media alta, ambos son funcionarios de carrera y, aunque sus tiempos estudiantiles coincidieron con el final del franquismo, no se puede decir que fueran unos agitadores.

Rajoy responde al estereotipo de un hijo de la burguesía de la periferia española de los años cincuenta cuya meta era la función pública. Nació en Santiago de Compostela porque su madre se empeñó, ya que la familia vivía en Ávila, donde su padre, juez de profesión, estaba destinado. Cuando Rajoy tenía dos años trasladaron a su padre a León, y allí vivió 10 años. El León de los años sesenta representa para Rajoy su adolescencia.

Su paso por aquella ciudad le dejó tal huella que todos los años acude un par de veces de visita. Allí descubrió su pasión por el ciclismo y las motos, en sus paseos por la ciudad. Y también se produjo un hecho que más adelante tendría alguna relevancia política. Su padre, juez de León, conoce, por razones profesionales, al padre de José Luis Rodríguez Zapatero, abogado.

El siguiente destino del padre de Rajoy fue Pontevedra, donde fue nombrado presidente de la Audiencia Provincial. Allí terminó Mariano Rajoy el bachillerato, en un instituto público, y conoció la vida de la burguesía de provincia y tradicionalista, la del casino, los bailes de sociedad y la fijación como meta profesional de la función pública. De allí partió a la Universidad de Santiago de Compostela para estudiar la carrera de derecho. Fue un estudiante modélico, con dedicación exclusiva al estudio. No participó de la vida estudiantil contestataria que marcó sus años de universidad, los del final del franquismo. Quien lo conoce de entonces describe a una persona tímida, torpe para hacer amistades, el típico estudiante que se mueve mejor entre los libros que de farra. Como Aznar, él sólo iba a la universidad a estudiar. El sentido de la ironía, el don de gentes, lo fue adquiriendo con el tiempo, de tal forma que todavía en su etapa inicial en la política padecía de cierto envaramiento.

Acabó la carrera con notas excelentes y aprobó en un tiempo récord las oposiciones de registrador de la propiedad. Fue el registrador más joven de España.

Es un hombre de gustos clásicos, ya sea en el vestir, en sus aficiones y hasta en sus gustos gastronómicos. Disfruta con el pulpo, la empanada, la paella y la tortilla sin cebolla. Y uno de sus placeres habituales consiste en pasar el domingo por la tarde en casa, con su café, su copa y su puro, mientras ve el fútbol por televisión y escuchando la radio.

Justo al finalizar su carrera tuvieron lugar en España las primeras elecciones democráticas, las de 1977. Rajoy, animado por un amigo, participó en la pegada de carteles a favor de Alianza Popular. Fue su primer contacto con la política, a los 22 años. A él le parecía algo coherente con su vida y pensamiento conservadores, lo que él califica como sentido común. En esa época cultivó a su cuadrilla de amigos, que aún le perdura, de las noches de copas en Sanxenxo, donde pasaba los veranos y tiempo después conocería a su mujer, Elvira.

Como registrador de la propiedad fue destinado a Padrón y a la localidad leonesa de Villafranca del Bierzo. Rajoy no tiene referentes políticos sólidos. Su abuelo fue galleguista conservador, redactor del Estatuto de Galicia de la República y antifranquista. Él lo recuerda siempre que alude a su biografía, pero también aclara que ese hecho no marcó su vida política. Como tampoco las biografías de los grandes políticos, cuya lectura es una de sus aficiones. Sólo admite hoy una cierta influencia del conservador Antonio Cánovas por su defensa de la estabilidad institucional de España.

Su auténtico referente, sobre todo personal, es su padre. Y lo sigue siendo. Rajoy siempre lo defiende. No oculta su nula simpatía por el hoy presidente del Tribunal Constitucional, Manuel Jiménez de Parga, porque, mediados los años setenta, atacó a su padre con un artículo publicado en el semanario Destino, por su papel como juez del  escándalo Redondela, en el que estaba implicado Nicolás Franco, hermano del dictador. Jiménez de Parga achacaba al padre de Rajoy, presidente de la Audiencia de Pontevedra, haberse dejado presionar por el régimen franquista.

También le afectó profundamente, unos años más tarde, en 1982, que su padre fuera destituido de su cargo cuando los socialistas llegaron a La Moncloa. Siempre le pareció una decisión injusta. Rajoy sigue hoy manteniendo una relación muy estrecha con su padre, jubilado y viudo desde hace diez años, con el que da largos paseos. Mariano Rajoy se define como una persona amante de la familia. Es el mayor de cuatro hermanos y una hermana.

Para cuando los socialistas llegaron a La Moncloa, en 1982, Rajoy ya se había afiliado a AP. Lo hizo en 1981, y su primer cargo político fue el de diputado del Parlamento gallego. Rajoy tenía 26 años. Cuando se le pregunta por qué se afilió a la AP conservadora de 1981 y no a la UCD centrista, responde que en Galicia es la UCD la que recogió los restos del franquismo.

En los años ochenta, Rajoy forja su opinión del Estado de las autonomías y de los nacionalismos a través de su experiencia política gallega. Fue presidente de la Diputación de Pontevedra con 31 años, y sólo tres años después se vio embarcado en la primera dura prueba de su vida política cuando Manuel Fraga le reclamó para una emergencia, pues un grupo de consejeros se rebeló contra el presidente de la Xunta, Xerardo Fernández Albor, quien no encontraba apoyos para formar un nuevo Gabinete. Fraga le encomendó la vicepresidencia de la Xunta, lo que le supuso asumir todo el peso político del Gobierno.

Ante esa dura prueba, Rajoy se estrenó como negociador para sostener a una Xunta que se caía. Y empezó a apuntar lo que luego sería una auténtica seña de su identidad política: el pragmatismo. En 1989, cuando Fraga ganó las elecciones gallegas, optó por Xose Cuiña, uno de los más íntimos adversarios de Rajoy. Todo ello le dejó a Rajoy un sentimiento de desdén hacia la política gallega entendida en su vertiente populista, el caciquismo rural, y en la defensa de un galleguismo sentimental. Rajoy, siempre que puede, evita las concentraciones políticas del PP gallego.

Pero de Galicia extrajo un buen recuerdo, la figura del veterano político gallego Pío Cabanillas, fallecido hace varios años. Su sentido del humor fino y su carga de escepticismo acabaron siendo un referente para Rajoy.

Alguien que le conoce desde hace mucho tiempo, y con quien compartiría lista electoral en 1996 por Pontevedra, la ministra de Sanidad , Ana Pastor, define a Rajoy como "un hombre equilibrado, serio y muy trabajador. Es perfeccionista. Lo analiza todo a fondo. Es muy dialogante y te deja participar en sus proyectos. Nunca le he visto un mal gesto".

Pero el abandono de Rajoy de la política fue provisional. Nunca dejó del todo su feudo pontevedrés, y desde allí, y gracias a su escaño en el Congreso, logró conectar con el grupo de Aznar que acababa de hacerse con el control del PP en enero de 1990, con la celebración del congreso en Sevilla.

Cuando Aznar le llamó a Madrid, en 1990, ya tenía tarea para él. Además de nombrarle vicesecretario general, le encargó que apagara el incendio del caso Naseiro, presunta financiación irregular del PP. Tras este asunto, que finalmente fue sobreseído en los tribunales, y del que la misión política de Rajoy salió airosa, Aznar le encargó la tarea más difícil que en aquel momento tenía el PP: la renovación interna de un partido que contaba en sus filas con políticos de origen franquista.

Rajoy, al aludir a esta misión, siempre recuerda lo que para él es el lema preferido en la vida pública: cuando se tiene poder, hay que tratar de evitarse enemigos. Suele recordar que antes de proceder al despido de dirigentes provinciales, procedentes del franquismo, les convidaba a un espléndido almuerzo. Rajoy contribuyó a que Aznar tuviera, para las elecciones de 1993, un partido renovado.

La siguiente misión que le encargó Aznar fue la negociación con los socialistas, entonces en el Gobierno, de los pactos autonómicos de 1992, que saldó con éxito. Fue el único pacto que firmó Felipe González en el Gobierno con Aznar como líder de la oposición. Aquellos pactos, que equilibraron las competencias entre comunidades autónomas, consolidaron la visión autonómica de España de Rajoy, muy recelosa de los cambios en el modelo territorial. Es entonces cuando Aznar le encomendó la coordinación de la cadena de elecciones que van de 1993 a 1996, en las que el PP pasó de la oposición al Gobierno.

Una vez llegado el PP al Gobierno, en mayo de 1996, Aznar encargó a Rajoy la cartera de Administraciones Públicas, en la que le recayó la difícil tarea de administrar con los nacionalistas los pactos que el PP había suscrito con ellos para asegurar la investidura de Aznar.

Eso le permitió conocer al presidente Jordi Pujol y al lehendakari Juan José Ibarretxe, entonces vicelehendakari. La relación que establecieron fue buena, de modo que Ibarretxe aún recuerda "el buen talante" de Rajoy, su "ausencia de dogmatismo" y su "capacidad de escuchar, aunque no estuviera de acuerdo". Eran los tiempos en los que el PP necesitaba a los nacionalistas para gobernar.

La relación fue mucho peor con la Junta de Andalucía, gobernada por el PSOE. La primera vez que se le vio a Rajoy irritado en público fue en enero de 1997, en plena negociación de la financiación autonómica con los representantes de la Junta, Gaspar Zarrías y Magdalena Álvarez. Como la reunión fue áspera y el ministro perdió los estribos, al finalizar le exigieron la entrega de la cinta que grabó la reunión, y como Rajoy se negase, se armó la gran bronca. El Gobierno andaluz no guarda buen recuerdo de Mariano Rajoy, sino más bien experiencias "amargas", según el consejero de la Presidencia, Gaspar Zarrías.

Rajoy protagonizó dos broncas enormes con la Junta de Andalucía, a la que acusó de "gamberrismo institucional" cuando el Gobierno de Chaves recurrió los Presupuestos del Estado por el contencioso de la financiación en 1998. Chaves envió una carta a Aznar calificando estas palabras de "inaceptables". "Puede dar la impresión de ser una persona predispuesta al diálogo, pero en cuanto no le das la razón es muy intransigente", afirma Zarrías.

En esa época, Rajoy acuña lo que denomina sus "cuatro mandamientos de andar por casa para navegar por los despachos y escaños: paciencia, sentido del humor, espíritu deportivo y sentido de la indiferencia".

Encaró la congelación salarial de los funcionarios en los Presupuestos de 1997, lo que le valió su primer enfrentamiento con el portavoz del PSOE en la Comisión de Administraciones Públicas del Congreso, José Luis Rodríguez Zapatero. También entonces se las vio con los sindicatos. Cándido Méndez, secretario general de UGT, coincide con la mayoría al alabar el buen talante de Rajoy, pero no se queda ahí. Hace unos días, Méndez leía lo que Plutarco decía de Gallo Antonio, y descubrió una frase que le recordó a Rajoy. Decía: "Un hombre sin aptitudes para estar al frente de nada, pero de gran valor para ayudar al que está al frente". Según Méndez, ésa es la incógnita que esconde el candidato del PP. "Hasta ahora", explica el líder de la UGT, "Rajoy ha sido un político de encargo, pero ¿será capaz de tomar la iniciativa?".

Paradojas de la vida, el hoy líder del PSOE fue el primer político que le hizo una pregunta en el Congreso al ministro recién estrenado. Zapatero le ganó el debate sobre la reducción de altos cargos de la Administración. El PP había prometido, en su programa electoral de 1996, una drástica reducción de altos cargos porque atribuía al PSOE en el Gobierno una hinchazón artificial y clientelar. Zapatero demostró que el Gobierno del PP, lejos de reducir los altos cargos, los había aumentado. Rajoy reconoció el error del PP, lo que le distinguió en un Gobierno que entonces se embarcaba en batallas como la guerra digital. Rajoy nunca se implicó en lo que casi era una cruzada para Aznar o Álvarez Cascos. Zapatero, recordando esa etapa, admite que su relación con Rajoy fue "correcta, cercana a lo cordial".

Avanzado 1997, Rajoy dio por cumplidos los pactos con los nacionalistas y en la siguiente remodelación de Gobierno, al comienzo de 1999, Aznar le encomendó el Ministerio de Educación y Cultura, en el que Esperanza Aguirre había dejado un incendio con las autonomías gobernadas por los nacionalistas a cuenta del decreto de humanidades.

Cumplida la nueva misión de bombero, Aznar premió a Rajoy, al año siguiente, el 2000, con el cargo de vicepresidente primero y ministro de la Presidencia. Tras afrontar la epidemia de las vacas locas, Aznar le encargó sustituir a Jaime Mayor, que se presentó a las elecciones al Parlamento vasco, al frente de Interior.

Interior atravesaba en esa época por un mal momento, ya que España asistía a una fuerte ofensiva de ETA, tras la ruptura de la tregua de la banda. Rajoy la recuerda como una de sus etapas más amargas al frente del Gobierno y demostró en esa época que no es impermeable a las críticas. En una reunión con empresarios vascos quedó impactado por la crítica que le hicieron a su Gobierno, no tanto por los contenidos de sus ataques al nacionalismo como por las formas en que lo hacía. Recuerda con frecuencia aquel toque de atención.

En su etapa de Interior coincidió con el actual consejero vasco, Javier Balza. Lo que más valoran los colaboradores de Balza que le trataron es que deslindaba la cuestión personal de la institucional. "Al final terminaba por imponer su criterio, pero lo hacía con cortesía, sin un mal gesto. Siempre mantuvo las negociaciones en el aspecto institucional. No dejó que influyeran cuestiones personales, como pasa con otros políticos que permiten que se impongan sus prejuicios".

De su paso por Interior le impacta también el problema de la inmigración. Rajoy no para de decir desde entonces que es uno de los primeros problemas que tiene planteados España.

Su última etapa, antes de ser elegido candidato, la inicia en julio de 2002, en que Aznar le hace abandonar Interior y regresar a La Moncloa para coordinar el Gobierno y actuar como portavoz, donde se han abierto importantes vías de agua. En esa época pasa por el peor trago de su etapa política: la catástrofe del Prestige.

Rajoy comenta que las navidades de 2002 fueron las peores de su vida. Tras sufrir las tensiones de la crisis, se acercó a pasar dos días a descansar con su familia al balneario de La Toja en Galicia y se encontró con que no podía salir porque los manifestantes habían cercado el establecimiento. Confiesa que nunca en su vida tuvo tanta sensación de acoso.

A él le tocó dar la cara como nadie en el Gobierno tanto en la crisis del Prestige como ante la guerra de Irak. El hecho de que, pese a ambas crisis, el PP salvase el reto de las elecciones municipales del 25 de mayo fue su definitiva coronación para Aznar.

Estas crisis también le distancian personalmente de Rodríguez Zapatero, del que siempre ha dicho que le "caía bien". "Se confunde, se confunde", decía cuando le veía encabezando las manifestaciones contra el Gobierno.

Zapatero lanza hoy un reto a Rajoy: "Sus ideas son las de Aznar. Falta comprobar que su talante es más democrático que su forma de designación. Poco o nada se sabe sobre su proyecto propio y su equipo. Me ha agradado que defienda el Pacto por las Libertades porque cuando lo propuse dijo que era un conejo que me había sacado de la chistera".

Ciertamente, la trayectoria de Rajoy es un caso único de ministro volante al servicio directo del presidente en los ocho años de Gobiernos de Aznar. Da la impresión de que Aznar lo ha estado preparando desde años para que le sucediera. Pero su reto es precisamente demostrar que es capaz de tener su propio proyecto.

Entre sus compañeros de Gobierno mantiene especial relación con Rodrigo Rato, con el que sostiene la complicidad del sentido del humor y la ironía, y con el ex ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, con el que comparte una vieja amistad desde que era consejero de Economía en el Gobierno balear de Gabriel Cañellas.

Esta trayectoria la ha realizado con un equipo muy reducido de personas. Su jefe de Gabinete, Francisco Villar, un amigo médico al que se trajo de Galicia para nombrarle secretario de Estado en 1996 y que sigue con él. Su jefa de prensa, la periodista castellana Belén Bajo, que empezó también en Administraciones Públicas y que no le ha abandonado. También contó con Ana Pastor hasta hace un año, en que fue nombrada ministra de Sanidad.

(* ) Publicado en el Suplemento Domingo. El País.07.09.03

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