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Aquí, sin embargo, no tenemos más que manos para enrollar el chapapote como si fuera un manto de césped. Pero entonces, cuando se trata de recoger con las manos, el sitio del Gobierno es suplir con su presencia las carencias del Estado. El problema es que esta catástrofe ha demostrado que nuestro Estado sigue siendo una chapuza en cuanto surge un problema grave, y que el Gobierno, cuando tal cosa ocurre, ni está ni se le espera: no hay barcos para sacar el fuel, no hay mascarillas, no hay capacidad para movilizar al ejército hasta que la catástrofe es irremediable; al ejército, hombre, que los países de nuestro entorno ponen a trabajar nada más que amenaza una inundación. No hay nada excepto declaraciones en las que no se sabe qué admirar más, si la supina ignorancia que revelan o la rutina descalificatoria en la que se obstinan.

Hay ocasiones en que las catástrofes dan la medida de los gobernantes: ocasiones en que aparece alguien dotado de energía y capacidad de movilizar recursos para hacer frente con eficacia a lo que la globalización, antes providencia, tuviera a bien enviarnos para ponernos a prueba. Esta vez, la marea negra se ha llevado al fondo del mar el poco crédito que le quedaba a este Gobierno cuando debe habérselas con crisis imprevistas y demuestra no tener mejor ocurrencia que entrar en miserables batallas con la oposición encendiendo la gramola para repetir como un disco ra