La victoria sobre el terrorismo es esencialmente una victoria moral. Por eso es fundamental que la desaparición del terrorismo tenga como base el reconocimiento de culpa por parte de los asesinos y el resarcimiento moral de sus victimas. Lo contrario puede significar que el terrorismo desaparece porque considera que ha vencido moralmente, que ha logrado los objetivos políticos por los que practicaba su actividad criminal y que, en este nuevo estadio, la lucha violenta debe dar paso a una fase de lucha política en la que sus metas puedan ser culminadas.
La sociedad española ha soportado demasiado sufrimiento por la acción criminal de ETA como para poder conformarse con un empate moral con la banda terrorista en la que sus victimas sean equiparadas a las supuestas víctimas de la acción del Estado en la lucha contra el terror. La violencia terrorista es intrínsicamente perversa, mientras que la acción del Estado, en el marco del Estado de Derecho y de la legitimidad democrática, es una exigencia política y ética.
Resulta absolutamente inaceptable que el Gobierno vasco acceda en el denominado Día de la Memoria a equiparar ambos tipos de victimas. Es una grave ofensa a las victimas reales y, de alguna forma, viene a equiparar la lucha democrática contra el terrorismo con la acción criminal de los terroristas. Espero que el Partido Socialista reconsidere su posición y no apoye la pretensión de quienes en última instancia pretenden dar una coartada moral y una justificación histórica a los terroristas.
El Gobierno y la Fiscalía están obligados, además, a perseguir todas aquellas expresiones de apoyo a los terroristas que cumplen condenas por los crímenes cometidos, las justificaciones públicas del terrorismo o la negativa a condenar de forma clara y contundente sus crímenes, hechos que por desgracia se prodigan cada vez más, amparados y protagonizados por los representantes políticos de los terroristas a los que incompresiblemente se les han vuelto a abrir las puertas de las instituciones democráticas.
La gran eficacia de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad han llevado a ETA a un momento de gran debilidad criminal, pero su presencia en las instituciones democráticas está brindando a los terroristas una renovada fortaleza política. La desaparición de ETA no puede hacerse a costa de entregar el poder a sus representante políticos, de ceder aunque sea parcialmente en sus reivindicaciones totalitarias, ni de rehabilitar históricamente su acción criminal. Es esencial que en el final de ETA mantengamos principios muy firmes para poder lograr una verdadera derrota moral del terror a la que la inmensa mayoría de los españoles aspiramos y que debemos, desde hace ya demasiado tiempo, a las victimas.