ALEJANDRO AGAG : 'EL CONSEGUIDOR'
Alejandro Agag quiere ser el próximo amo de la fórmula 1.
Suceder a Bernie Ecclestone, de 76 años, primera fortuna del Reino Unido y
desde hace tres décadas dictador del automovilismo mundial. Agag, de 36
años, se ha convertido en tan sólo cinco en una figura ubicua en el circo
del motor. Donde se mueven cada temporada 6.000 millones de euros. Un
universo de megayates y aviones privados; donde coinciden millonarios y
monarcas y circulan las influencias. El mejor observatorio para olfatear
negocios. Conocer gente. Cobrar comisiones. Y pasarlo bien. Porque Agag es,
sobre todo, "un vitellone" (un vividor), según la definición de Fabio
Corsico, antiguo hombre fuerte del superministro de Economía de Berlusconi,
Giulio Tremonti, y hoy director de comunicación del millonario Gaetano
Caltagirone (ambos del complejo político-financiero de Agag en Italia). Encantador, listo y un poco
frívolo. Educado por el Opus. Maestro del halago. Adicto a su buena estrella.
Pagado de sí mismo. Subestimar a Alejandro Agag es un error. No es tonto.
Detrás de su sonrisa se esconde un frío calculador envuelto en buenas
maneras. Ambicioso. Entusiasta de un modelo de sociedad a la italiana en que
se entremezclan política, negocios y medios de comunicación. Agag no quiere
ser Aznar; Agag quiere ser Murdoch o Berlusconi: tener dinero, poseer
televisiones y manejar a primeros ministros. Para Agag es mucho más
divertido influir que mandar. En primera fila de la fórmula 1. Misión imposible saber
en función de qué. Siempre en medio. En los boxes de las escuderías y
los despachos de la política y el patrocinio deportivo. De China a Emiratos
Árabes pasando por Madrid. Donde aún tiene casa: un ático de dos millones
junto a la mansión de la duquesa de Franco. Desde hace cuatro años, afincado
con su mujer, Ana Aznar (que trabaja en su doctorado de Psicología), y sus
dos hijos, en Londres, capital de la fórmula 1. Inmueble victoriano de
alquiler en Chelsea, a un suspiro de la casa-oficina de Ecclestone, en el 6
de Princess Gate, y del ático versallesco de Flavio Briatore, todopoderoso
director del equipo Renault, en Cheynne Walk. Con ellos almuerza a diario en
la taberna favorita de Bernie, el Swag and Tails, o en el exclusivo italiano
de Flavio, el Cipriani, al que los dos han bautizado jocosamente "la
cantina". Jamones de bellota para Ecclestone. Oficina anónima en Mayfair,
entre brokers de medio mundo, junto a Flavio, su professore.
La boda del milenio. Atrás los innombrables. Detrás los
menos nombrables Nadie parece saber cuál es el papel de Alejandro Tarik
Agag en la fórmula 1. Si va de farol o tiene poder real. La lista de
ocupaciones que se le atribuyen es extensa. Socio de Flavio Briatore. Ojos y
oídos en España de Ron Dennis, millonario patrón del equipo Mclaren (en el
que correrá esta temporada Fernando Alonso). Hombre para todo del equipo
Renault. Dueño de los derechos televisivos de la fórmula 1 en nuestro país.
Capo de la GP2, segunda división del automovilismo. Captador y
canalizador de inversión publicitaria. Promotor de una escudería con capital
chino e infraestructura coreana. Cabeza de un lobby para que Valencia
se convierta en sede de un Gran Premio de fórmula 1: el último órdago
electoral de su viejo amigo Francisco Camps, presidente de la Comunidad
Valenciana. (¿Amigo? ¿Pero Agag no era un fiel zaplanista en los primeros
compases del duelo fratricida Zaplana-Camps?). Él ni confirma ni desmiente. Sonríe. Sin embargo, en su
entorno ya le definen como "el hombre de la fórmula 1 en España". "En todos
los países hay un Agag, y España se ha convertido en un mercado de primera
con la alonsomanía. Hay mucho dinero en juego. Sólo Tele 5 va a ingresar 100
millones de euros en publicidad en las cinco temporadas que está
retransmitiendo los grandes premios. Hay cola de empresarios dispuestos a
meter unos millones en el circo. Y necesitan alguien que les asesore.
Agag fue el primero en darse cuenta del negocio". ¿Pero en qué consiste su
trabajo? "Huele, ve, escucha, presenta a gente, organiza reuniones". ¿Y qué
aporta? "Buenas ideas y buenos contactos para buenos negocios". La importancia de la agenda. "¿Sabe lo que harían Aznar y
Agag en un gimnasio?", pregunta al periodista un antiguo miembro de la
Administración del PP. Y él mismo contesta: "Aznar se dedicaría a hacer
pesas, y Alejandro, a hacer amigos. Se complementan". La tarjeta de memoria de su teléfono Nokia no tiene
precio. Alejandro Tarik Agag lo tuvo claro desde sus comienzos: en esta vida
hay que cultivar los contactos. Su padre, Joseph Agag, de origen argelino,
un bancario y consultor de inversiones en el Magreb, y su madre, Soledad
Longo, una secretaria bilingüe, le dotaron de idiomas, un leve aroma
internacional y algunas ínfulas sociales. Sin embargo, no eran ricos. Y
Alejandro siempre tuvo querencia por los ricos. En su colegio, el Retamar,
del Opus Dei, se mezcló con la mejor burguesía madrileña. En el Colegio
Universitario de Estudios Financieros (Cunef), donde estudió la carrera
rodeado de sonoros apellidos, creó una asociación de estudiantes para
codearse con los poderosos de la época, a los que invitaba a dar charlas;
por allí pasaron desde Mariano Rubio y Mario Conde hasta Carlos Solchaga y
Abel Matutes. Después se los llevaba a cenar. Ya como ayudante de Aznar, a partir de 1996, dio
conversación en la antesala del presidente a los poderosos del país mientras
esperaban audiencia. Eficaz y encantador. Los ministros le preguntaban:
"¿Alejandro, cómo está hoy de humor el jefe? Si está cabreado le llamo más
tarde". Y él daba el parte. Junto a Aznar pisaría el Despacho Oval con
Clinton y Bush, compartiría la intimidad de los Blair en Chequers y de
Berlusconi en Villa di Arcore. A partir de 1999, secretario general del
Partido Popular Europeo en Bruselas, migrarían en dirección a su agenda
Angela Merkel, Nicolas Sarkozy o José Manuel Durão Barroso. Todos han
llegado a la cima. En 2002, este último, ya primer ministro conservador de
Portugal, apoyaría su fichaje como director general del Banco Portugués de
Negocios, muy unido a la formación política que presidía, el PSD. Nadie supo
jamás en el banco cuál era la misión de Agag. Ni siquiera tenía despacho en
Londres. Trabajaba en casa. Y hoy, ¿cuál es su papel en la fórmula 1? En el circo
hay rumores para todos los gustos. Unos hablan de su papel de comisionista.
Los hay que prefieren denominarle "abrepuertas". Y también, "El
Conseguidor". Palos de ciego. Ni los íntimos saben a qué se dedica
Alejandro. No es algo nuevo en su vida. Más allá de su maestría para las
relaciones públicas, es opaco. Como buen licenciado (aunque regular
estudiante) en finanzas, es un experto en inflar la cotización de sus
acciones. Se vende como nadie. Está con los que mandan. Luego, que cada uno
extraiga sus conclusiones. Durante seis años funcionó como una extensión de Aznar.
Se hicieron amigos. Una misión complicada con el adusto presidente.
Alejandro sabía llevarle. "No es difícil, porque nunca está de buen o mal
humor, no tiene humor", dijo sobre su jefe. Cuando era su ayudante, jugaban
juntos al pádel. Incluso se permitía hacerle bromas. Ante el pasmo de los
funcionarios de Moncloa. La cuestión era que el jefe dijera cinco para que
Agag saltara: "Por el culo te la hinco". Aznar se tronchaba. También se hizo
amigo de Ana Botella. Era uno más de la familia. Un hecho que comenzó a
extenderse por Madrid. Y aún más en los dos últimos años de presidencia de
Aznar, tras la boda de Estado con su hija en El Escorial. "Cuando
Alejandro decía algo, suponíamos que el jefe hablaba por su boca",
dice un miembro del PP. "Así nació el clan de Becerril, como un grupo
de presión aznarista guiado por Alejandro que iba a tener mucho poder con
Rajoy de presidente. Pero que cuando perdimos las elecciones y Agag hizo
mutis, se disolvió como un azucarillo. Ninguno ha pillado con Rajoy. No ha
habido relevo generacional. Hay mucha gente frustrada". En 2002 y 2003, en sus primeras operaciones financieras
tras dejar la política, algunos de sus clientes aún creían adivinar el
paraguas del suegro guareciendo los negocios del yerno. En el entorno del
BBVA le recuerdan ofreciéndose con descaro para intermediar en la puja de
varios grupos para la toma de control de la inmobiliaria Metrovacesa, "como
si el país fuera suyo". "Tener relaciones con Agag daba caché en Madrid",
señala un ejecutivo que le conoce de la época de Nuevas Generaciones. Después, Agag funcionó como una extensión de Silvio
Berlusconi, el hombre más rico de Italia. Dueño de las tres principales
cadenas de televisión del país y principal accionista de Tele 5. Agag le
colmó de favores. Y Berlusconi es muy agradecido. Lo confirma Aznar en su
libro Retratos y perfiles: "Berlusconi tiene un alto sentido de la
amistad y la lealtad debida a los amigos. No olvida nunca a quién le ayudó,
y siempre está dispuesto a devolver un favor". El ex presidente añade: "Berlusconi
me dice que yo he sido su maestro en la vida política. Incluso me llama su
profesor cuyas instrucciones sigue puntualmente". Agag presume de estar tocado por la fortuna. Y es cierto,
ha tenido mucha suerte en su carrera política. Consiguió influencia social y
política como ayudante del presidente del Gobierno. Aún tuvo más suerte al
convertirse en secretario general del Partido Europeo, un cargo que
consiguió con sólo 28 años tras postularse (siempre por persona
interpuesta), ante Aznar. Por si fuera poco, el dúo Aznar-Agag tuvo la
suerte de que en 1999, cuando Agag aterriza en el PPE, la derecha no
gobernaba en ningún país importante de la Unión Europea. Todos estaban en la
oposición. Aznar era la referencia política. Y el dúo hizo de las suyas. Para empezar, marginaron entre la derecha europea al
Partido Nacionalista Vasco; lo humillaron a conciencia hasta echarlo del PPE.
Tras una nueva vuelta de tuerca, lo expulsaron de la Internacional Demócrata
de Centro que presidía Aznar. El presidente estaba exultante con Agag, que,
además, le ayudaba con los idiomas, le presentaba gente interesante y le
sentaba bien en las reuniones. Su segunda gran operación fue legitimar a Berlusconi
entre la derecha europea. Berlusconi necesitaba ingresar en el PPE para
borrar su imagen de empresario corrupto metido en política para evitar la
cárcel. Necesitaba con urgencia entrar en el PPE para ser respetado entre
los conservadores europeos, alzarse sobre la atomizada derecha italiana y
ganar las elecciones. La estrategia para su ingreso la marcó Agag. Durante
un viaje a Milán en marzo de 1999, invitado por Il Cavaliere, con derbi de
fútbol incluido en San Siro entre el Inter y el Milan (propiedad de
Berlusconi) y posterior cena en su apartamento milanés, formalizaron el
pacto. Y sellaron su amistad. "Se dieron cuenta de que eran iguales", dice
un conocido de ambos. "Y se hicieron íntimos". En octubre de 1999, Forza Italia ingresaba en el PPE. En
mayo de 2001 ganaba las elecciones en Italia. Berlusconi era nombrado primer
ministro. Entre las dos fechas, Agag aún le prestaría dos importantes
servicios. El primero, descalificar desde su tribuna de secretario general
del PPE un artículo de portada del semanario británico The Economist
(la biblia de la derecha liberal) que ponía en cuestión la capacidad de
Berlusconi para gobernar Italia. "Es un complot de la izquierda europea
contra Berlusconi", bramó Agag. El segundo, participar en el mitin de fin de
campaña de Forza Italia en Roma, en 2001, junto a Berlusconi y Pier
Ferdinando Casini, delfín de Il Cavaliere y yerno de Gaetano Caltagitrone,
propietario del diario Il Messagero, en el que Aznar sería fichado
como columnista. A su vez, cuando Aznar abandonó la presidencia de la
Internacional Demócrata de Centro, en enero de 2006, le cedió el puesto a
Casini, invitado a la boda de El Escorial. Asuntos de familia. Con Berlusconi, Agag entró en Italia por la puerta
grande. Bajo su amparo visitó despachos y discotecas, conoció y presentó a
gente, intermedió en negocios. Terminaron en desastre. Como sus gestiones a
favor de la inmobiliaria Metrovacesa, en junio de 2002, a la que buscó un
socio italiano supuestamente amistoso (Caltagirone) que al final lanzó una
opa hostil contra la empresa, que no salió adelante, pero a punto estuvo de
arruinar a los socios españoles. El papel de Agag en la operación nunca fue
diáfano. Aún hoy, en el entorno de Metrovacesa afirman que Agag "nos metió a
la zorra en el gallinero. Los italianos pensaron que estando con el yerno
del presidente del Gobierno de conseguidor, la opa no se les
escapaba. Y no fue así. Esto no es Italia". Su siguiente gran operación fallida en Italia fue el
intento de toma de control del grupo italiano de medios de comunicación RCS
(accionista mayoritario de El Mundo y muy crítico con Il Cavaliere),
en el verano de 2005, junto a un grupo de empresarios afines a Berlusconi.
La oscura operación político-financiera, que pretendía allanar la victoria
de Berlusconi en las elecciones de 2006, se saldó con su amigo, el
inquietante millonario Stefano Ricucci, entre rejas. Y con él mismo
declarando ante la Fiscalía de Roma. Agag afirmó ante los jueces que el
empresario francés Arnaud Lagardère (íntimo del líder de la derecha francesa
Nicolas Sarkozy) le pidió que ojeara en Italia ocasiones para comprar algún
medio. Y que Agag, cuando se enteró de la operación en marcha contra RCS, se
puso en contacto con Ricuzzi y comió con él para conocer su estrategia.
Ricuzzi le habló de una opa hostil, Agag transmitió la información y
Lagardère dijo que no le interesaba. Conversaciones de amigos. Sin papeles
ni contratos. Tras la era Berlusconi, Agag funcionó como una
extensión del empresario del ocio y la fórmula 1 Flavio Briatore. Se
conocieron de copas en Porto Cervo (Cerdeña). Se hicieron amigos. Tenían las
mismas aficiones. Con poco más de 20 años, Alejandro Agag montó en Madrid un
local bautizado Tarambana para ligar y conocer gente. Y Flavio es el
propietario de Billionaire, el club más chic de la Costa Esmeralda. A su
lado, Agag se dejó ver en los grandes premios. Los yates. Y los despachos. Y
todos en el circo dieron por sentado que tenía poder. Ahora, Alejandro Agag juega a ser una extensión de
Ecclestone, el dueño de la fórmula 1; el que decide quién entra y quién no.
"Con Bernie, si estás de su lado, lo que quieras", afirman en el entorno de
Agag. "Bernie trata a Alejandro como a un hijo", comenta Adrián Campos, ex
piloto de fórmula 1. La versión oficial es que Bernie y Alejandro se
conocieron a mediados de los noventa durante un Gran Premio en San Marino y
se fueron haciendo amigos. La segunda versión cuenta que Agag fue el único
alto cargo europeo que recibió a Ecclestone en Bruselas cuando pendía sobre
él, por un lado, la amenaza de una investigación de las autoridades
comunitarias por el monopolio de los derechos televisivos de la fórmula 1, y
por otro, la prohibición de la publicidad de tabaco en el automovilismo en
la UE. En aquel annus horribilis, sólo Agag le consoló. "Y si eres
leal con Bernie, Bernie es leal contigo", afirma un profesional de la
fórmula 1. Y todos en el circo contienen la respiración. Porque la fórmula 1 es Ecclestone. El hombre que
convirtió las carreras de coches en una gigantesca máquina de hacer dinero;
una plataforma comercial donde todo se compra y se vende. Y donde él se
queda unos céntimos por cada euro que cambia de mano. Es el padrino. Adivinó
en los setenta el papel que iba a tener la televisión en el futuro del
automovilismo y el precio que iban a alcanzar los derechos de emisión con el
aumento de audiencias y la aparición de las cadenas privadas. Los adquirió
hasta 2110 por 360 millones. Hoy, su porcentaje de acciones en la sociedad
que gestiona la fórmula 1 es mínimo, pero aún gobierna en solitario. "Todos
los actores de la fórmula 1 saben que mientras Bernie esté al frente, ganan
dinero. Pero nadie se atreve a pensar qué pasará cuando falte. Tiene 76 años
y un triple bypass", explica un profesional de la fórmula 1. Ecclestone fue un visionario. Y el dúo Briatore-Agag lo
ha sido con la creación del mito Fernando Alonso. Sin Alonso, la fórmula 1
en España no es nada. En 1996, Tele 5 terminó retransmitiendo los grandes
premios de madrugada y en diferido ante unas cifras de audiencia que nunca
superaron los 200.000 espectadores. Al año siguiente, TVE se hizo con los
derechos y emitió las carreras por La 2 con audiencias de 600.000 personas.
Un desastre. En 2002, ninguna cadena española pujó por los derechos. "Ecclestone
se tiraba de los pelos", explica un antiguo responsable de Televisión
Española. "Durante un Gran Premio, en su lujosa motorhome, con toda
su mala leche, Bernie me dijo: 'Un día me los quitaréis de las manos, y ese
día os pegaré un sablazo'. Nos reímos mucho". Pero no se equivocaba. Con
Alonso, en 2006, las carreras de fórmula 1 obtuvieron en España una
audiencia media cercana a los cuatro millones de personas. Agag conoció a Alonso en Montecarlo, en mayo de 2001.
Alonso tenía 19 años. Lo recuerda Adrián Campos: "Se lo presenté a Alejandro
y le dije que iba a ser el piloto que iba a destronar a Schumi". Ese Gran
Premio, a bordo de un Minardi, Alonso no terminó la carrera. Nada hacía
indicar que fuera a convertirse en un crack. Sin embargo, sólo dos
meses antes ya había caído en las redes de Flavio Briatore, que le fichó
para Renault por cinco años y se convirtió en su manager. Una noche
de copas, Briatore le comentó a Agag su intuición: "Ese paisano tuyo es un
genio, es el futuro". Tras esa revelación, fue Agag el que ideó hacerse con los
devaluados derechos de retransmisión de la fórmula 1 en España. Y sin poner
un euro. La idea era comprar por nada y vender muy caro. Con su habitual
desparpajo, Agag ha definido esa operación como "tuve una potra que te
cagas". Al parecer, Bernie Ecclestone cedió los derechos a Briatore
prácticamente gratis en pago a un favor, y éste se asoció con Agag para
colocárselos a una televisión española. Nadie sabe por cuántas temporadas
los obtuvieron. En el entorno de Agag se hace un gesto de que por muchos
años. La forma legal del pacto Briatore-Agag fue la empresa
Stacourt Limited, creada en 2002, que encierra otros intereses de la pareja
en la fórmula 1: concursos por SMS, negocios de merchandising, la
explotación de los vídeos de las carreras y los derechos de la GP2. Stacourt
está domiciliada en Orpington, a las afueras de Londres. En el registro
aparece como filial de Formula FB Business LTD, afincada en las Islas
Vírgenes Británicas, el auténtico buque insignia empresarial de Flavio
Briatore. Stacourt ganó 2,2 millones de euros por los derechos de televisión
en 2004 y cuatro millones en 2005, antes de que se renegociaran los derechos
para el periodo 2006-2008 con Tele 5 por una cifra que triplicaba la del
bienio 2004-2005. Pero aquel 2002, una vez obtenidos los derechos, quedaba
lo más complicado, venderlos. Las acciones de Alonso debían comenzar a
cotizar. Forjar el mito. De ello dependía que se animaran los
patrocinadores. Y corriera el dinero. Pero había un problema: ninguna cadena
española quería retransmitir la fórmula 1. Y ahí entraba en acción El
Conseguidor. Su suegro aún era presidente del Gobierno. Al parecer, el dúo Briatore-Agag firmó un precontrato con
Tele 5, de la que Berlusconi es accionista mayoritario, para retransmitir la
fórmula 1 en 2003; sin embargo, la cadena no tenía muy claro que aquel
desconocido piloto de 20 años fuera a dar dinero. Primero había que calentar
su valor en el mercado. La cadena elegida para hacer esa labor de zapa fue
TVE. En aquel momento dirigida por José Antonio Sánchez, un viejo zaplanista
también asistente a la boda de El Escorial. En principio, la cadena del
Estado tampoco estaba por la compra de la fórmula 1. Lo explica un antiguo
directivo del Ente: "No teníamos dinero. Teníamos que elegir, y nuestra
apuesta eran las motos. Y ahí entró en acción Agag, siempre invisible,
siempre revoloteando, que logró un acuerdo, unas horas antes de que
comenzara el mundial, por el cual Renault regalaba a TVE los derechos de la
temporada 2003 mediante una inversión publicitaria extra. El precio, tres
millones de euros". Otra fuente confirma este escenario: "Agag no negoció,
pero se le intuía. Todos sabíamos que había presiones al más alto nivel de
este país para que TVE se quedara la fórmula 1". Alonso explotó en 2003. Triunfó en el Gran Premio de
Hungría y subió cuatro veces más al podio. TVE obtuvo un 20% de cuota de
pantalla y una audiencia media superior al millón y medio de espectadores.
Datos muy dignos. El fenómeno no había hecho más que empezar. Pero,
inexplicablemente, TVE renunció a sus derechos sobre la fórmula 1 para 2004.
Y las carreras se fueron a Tele 5. Lo cuenta el antiguo directivo de TVE:
"Cuando hablamos de renovar, nos dieron muchas largas. Al final, en
noviembre de 2003, Tele 5 se los quedó para las temporadas 2004 y 2005. El
precio ya había subido a unos seis millones por temporada". -¿Por qué renunció TVE? -Primero, porque los derechos eran caros. Segundo,
decidimos apostar por las motos, y no había dinero para todo. Tercero, el
director general, José Antonio Sánchez, mantuvo en el Consejo que no eran
rentables. Y cuarto, yo creo que la cadena de Berlusconi los tenía
adjudicados desde el año anterior. Durante las dos siguientes temporadas, 2004-2005, la
fórmula 1 se convirtió en un negocio redondo para Tele 5. Había comprado
barato y obtenido enormes retornos en publicidad. Y eso lo sabía el dúo
Briatore-Agag. Iban a apretar. Antes de la renegociación para 2005-2008, ya
estaban calentando el precio de los derechos en el mercado. Se los
ofrecieron de nuevo a TVE, por una cifra que rondaba los ocho millones de
euros por temporada. Tras esta operación especulativa y que TVE nunca vio
clara -"había muchas manos por medio"-, Tele 5 tuvo que poner sobre la mesa
entre 12 y 15 millones de euros por temporada para quedárselos hasta 2008.
Stacourt Ltd. comenzaba a hacer caja. Agag había logrado meter la patita en el circo. Y
empezó a ampliar su radio de acción. En 2004, su primera gran operación en
la fórmula 1 fue intermediar entre Telefónica, el equipo Renault y Fernando
Alonso, un patrocinio de 15 millones de euros al año. A continuación, y
junto al periodista Ernesto Sáenz de Buruaga, culminó una gestión similar
con Mutua Madrileña. Y a partir de 2006, ya con Alonso en Mclaren, ha
intermediado en el patrocinio en este equipo por parte de Mutua Madrileña
(cuatro millones de euros por temporada) y Banco Santander (unos 15 millones
de euros por temporada). Bajo el padrinazgo de Flavio y Bernie, Alejandro Agag ha
entrado en la fórmula 1 por la puerta grande. Ha ganado mucho dinero. Y
dicen que no ha hecho más que empezar. En estos momentos, El Conseguidor
anda atareado lanzando el globo sonda de sus posibilidades de suceder a
Ecclestone. En su entorno confirman sus posibilidades: "El fondo de capital
riesgo CVC Capital Partners ha adquirido la mayoría de las acciones del
circo, y la fórmula 1 ya nunca será igual que con Bernie. En el futuro
no habrá un monarca absoluto, sino un gestor que logre consensos entre los
equipos, sepa negociar y conservar los equilibrios. Un perfil como el de
Alejandro. Él podría ser el próximo patrón de la fórmula 1".
En sólo cinco años, Agag ha pasado de ser una promesa de
la derecha a casarse con la hija del presidente del Gobierno, abandonar la
política, dejar España, trabajar para un banco portugués (que abandonó en
2004), meterse en turbias operaciones con socios italianos, protagonizar
decenas de rumores en los ámbitos financieros y, por fin, desembarcar en la
fórmula 1, que hoy parece su valor más seguro. Sin olvidar la creación de un
fondo de alto riesgo, un hedge fund bautizado Addax, domiciliado en
Londres, con el que canalizaría los patrimonios de sus amigos y que está en
fase de rodaje. Ése, dice, es su presente. Aunque cada cierto tiempo su
nombre (y el de su suegro) aparece asociado con oscuras gestiones destinadas
a la adquisición de medios de comunicación en España con los que construir
una plataforma conservadora que engrasase el retorno del PP al poder en
2008. Siempre con la figura del magnate Robert Murdoch en la sombra. En su
entorno afirman que es cierto que Murdoch "estaría dispuesto a comprar, pero
en estos momentos no hay oportunidades en España". Pero los rumores no
cesan. Agag nunca volverá a la política, prefiere ganar dinero.
Y hacer que lo gane su suegro como consejero de News Corporation, el
holding de Robert Murdoch, y como columnista de uno de sus periódicos,
The Wall Street Journal. En el Partido Popular corren los
chascarrillos sobre la pareja. "¿Quién es ahora el ayudante?". Se pregunta
un histórico. Otro afirma: "En vez de llamar a Agag yernísimo, tendremos
que comenzar a llamar a Aznar suegrísimo". Agag ni se inmuta. Se ríe de todo. Tiene cintura de
junco. Siempre ha sido así. Un vitellone. A lo suyo. Peleas, nunca;
enemigos, los justos. La suerte, de su lado. "Mi vida es una consecución de
saltos mortales sin red". Está convencido de que si un día se arruina,
volverá a salir adelante. Aunque un profesional de la fórmula 1 tenga una
visión más cruda del personaje: "Es una bomba de relojería ambulante".
El
yernisimo centrista con el suegro-inventor del centrismo, rodeado de
monosabios extremos
(*) Reportaje publicado en El País. 25 de Febrero 2007
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