ogan. Es bien cierto que la corrupción manchó al PSOE de tal modo que convirtió en negativos todos los logros sociales que hicieron más próspera a la sociedad española y propiciaron bienestar a los españoles. Después de todo, todo quedó en nada, como dice el verso de José Hierro. Lo peor de la corrupción detectada en los últimos años de gobierno socialista no fue que el PSOE cayera derrotado (cosa lógica y deseable en democracia), sino que la derecha española se aupara al poder como si se tratara de una solución, de una medicina ante el grave mal, y no de una mera alternativa política. Porque si alguien venía avalada por una trayectoria corrupta y antidemocrática era precisamente la derecha española, que había sido capaz de aglutinar a los partidos de extrema derecha, Blas Piñar e Ynestrillas incluidos, y quizás también a algunos ultraliberales de convicciones democráticas.
Si la Constitución española se hizo con la mirada puesta en la conciliación entre todos los españoles para superar rencillas y resentimientos, Aznar la enarbola para provocar enfrentamientos, discusiones estériles, y extender un clima de crispación en el que se defiende como pez en el agua. Si la Constitución profundiza en la consecución de un orden justo, haciendo hincapié en la igualdad de todas las personas, Aznar no ha dudado en propiciar leyes cuyo resultado final ha sido la desprotección de los trabajadores y de las capas sociales que tienen más necesidad de ser protegidas por el Estado. Si la Constitución supuso el punto de ruptura de la España Una, Grande y Libre del franquismo, Aznar la convierte en su garantía, como si no hubiera otras formas mucho más democráticas y eficaces para defender el concepto de España.
Pero Aznar tiene otras similitudes con Franco, aparte de evidentes simpatías hacia quienes más directamente representan y recuerdan al Caudillo. Recientemente ha firmado una subvención de 27.000 euros para la Fundación Francisco Franco, que se dedica a di