LOS  TEXTOS CLÁSICOS DE LA SEÑORA RUDÍ ÚBEDA

BRILLANTE DISCURSO ANTE LOS REYES. PIEZA ÚNICA. NOVIEMBRE 00
PONENCIA EN EL XIII CONGRESO DEL PARTIDO. ENERO 99

" Majestad, permitidme comenzar mis palabras recordando el infame asesinato de don Ernest Lluch, diputado desde 1977 a 1989 y ex ministro de Sanidad. Os pido, Majestad, que la tristeza y la indignación que hoy sentimos todos queden reflejadas en un minuto de silencio, expresión unánime de nuestra fortaleza frente a los asesinos y de nuestro irrenunciable compro miso con la libertad y con el Estado de derecho. Majestades, hace 25 años, tal día como hoy, en este mismo hemiciclo, Vuestra Majestad era proclamado Rey de todos los españoles con el nombre de Juan Carlos I. Comenzaba con aquella histórica ceremonia, cargada de emoción y esperanza, un nuevo e ilusionante período en la vida de España. Quiero, en primer lugar, Majestad, felicitaros por este feliz aniversario. Durante todos estos años habéis sido guía y estímulo constantes para los españoles y vuestra incesante y abnegada entrega a las fatigas cotidianas del Estado nos reconforta a todos. De todo corazón, gracias. Gratitud que extiendo a la Reina doña Sofía, cuyo apoyo constituye un permanente ejemplo de lealtad y generosidad difícilmente superable. Es este mismo ejemplo el que habéis sabido transmitir a vuestros hijos, el Príncipe don Felipe y las Infantas, que vienen demostrando día a día su insobornable voluntad de servicio a los intereses de España. Juntos habéis alentado durante estos cinco lustros una España más abierta, tolerante y moderna, una España que camina ya definitivamente por la senda del progreso y la libertad. Los españoles estamos orgullosos de nuestros reyes y así me honra proclamarlo pública mente en este solemne acto. Pero permitídme, Majestad, hacer un poco de memoria y que traiga a colación una de las frases del discurso que pronunciasteis en vuestra primera intervención como Jefe del Estado: «La institución que personifico integra a todos los españoles, y hoy, en esta hora tan trascendental, os convoco porque a todos nos incumbe por igual el deber de servir a España. Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional». Consenso, concordia y servicio a España, hermosas palabras que resumen a la perfección la elevada misión que la Corona viene desde hace años desempeñando con un tesón y desprendimiento envidiables. 

Porque desde el primer momento tuvimos ocasión de constatar, Majestad, cómo vuestro resuelto llamamiento al diálogo y a la reconciliación encontraba una calurosa respuesta en el ánimo de todos los españoles, así como un explícito reconocimiento más allá de nuestras fronteras. Este respaldo a la Corona sería después reafirma do durante la transición política y muy singularmente por los referéndum, convocados en nombre de Vuestra Majestad, para la aprobación de las dos principales leyes que sentaron los pilares de la nueva configuración del Estado: me estoy refiriendo a la Ley de la Reforma Política, de 4 de enero de 1977, y a la vigente Constitución de 1978. 

A estos dos destacadísimos jalones de nuestro pasado reciente podríamos añadir un gesto de patriotismo que quiero evocar aquí: la cesión por vuestro augusto padre, en mayo 1977, de los derechos de la Casa Real española, que tan celosamente había salvaguardado durante décadas. Si Vuestra Majestad se había comprometido el 22 de noviembre de 1975 a ser el Rey de todos los españoles, fomentando el contraste de pareceres y alejando el peligro de los extremismos, muy pronto las instituciones de la nación y las convocatorias electorales posteriores, con una masiva participación ciudadana, le otorgarían también su adhesión y confianza. 

 No podía ser de otra manera, puesto que, desde los iniciales pasos de vuestro reinado, quedó patente el firme propósito de que os proponíais asumir e impulsar el cambio político necesario para conducir al pueblo español a un sistema de pluralismo ideológico y de libertades. Así, al inaugurar las primeras Cortes de la nueva época, Vuestra Majestad pronunció unas palabras que sellaban la indisoluble avenencia de la monarquía con la democracia: «La institución monárquica proclama el reconocimiento sincero de cuantos puntos de vista se simbolizan en estas Cortes. Las diferentes ideologías aquí presentes no son otra cosa que distintos modos de entender la paz, la justicia, la libertad y la realidad histórica de España. La diversidad que encarnan responde a un mismo ideal, el entendimiento y la comprensión de todos. Y está movido por un mismo estímulo: el amor a España». Majestad, la Corona en nuestra monarquía parlamentaria simboliza la unidad y permanencia del Estado, arbitra y modera el funcionamiento regular de sus tres poderes y asume la más acreditada representación en las relaciones internacionales. La garantía de pervivencia de los signos de identidad de una comunidad que asegura la Corona se hace así compatible con la necesidad del progreso y de los cambios que la situación política de cada tiempo exige; cambios que vendrán de la mano de las mayorías parlamentarias surgidas de las elecciones que se convoquen periódicamente. De este modo, la monarquía parlamentaria, tal y como se consagra en nuestro texto constitucional, ha facilitado la estabilidad, el equilibrio y la neutralidad en la alternancia política, reflejando la madurez del pueblo español para afrontar sin temor ni complejos su destino. Su fortaleza es para todos muy deseable, y por eso celebramos esta mañana una sesión extraordinaria y con junta de ambas Cámaras, que pone elocuentemente de manifiesto su continuidad y su prolongación en el discurrir de la historia. Majestad, vuestro reinado ha conocido circunstancias dispares, pero en todas ellas la actuación de la Corona ha estado inspirada por los principios de reconocimiento de la soberanía nacional, de escrupuloso respeto a la gestión de los sucesivos gobiernos y de promoción de la convivencia armónica entre los ciudadanos bajo el único imperio de la ley. Vuestra Majestad avaló la consolidación del régimen democrático y, con ella, la superación de las dos Españas; evitó con aplomo, en una noche amarga y difícil, un grave enfrentamiento entre compatriotas; y ha tenido palabras de ánimo para el pueblo español cuando el cruel zarpazo de la locura terrorista ha hecho notar su execrable presencia. Podemos afirmar que la Corona siempre ha sabido estar en el lugar preciso, ejerciendo su misión arbitral y mediadora con una prudencia y una autoridad moral ejemplares. De este modo se han ido tejiendo entre el Rey y su pueblo unos sutiles lazos de complicidad y simpatía imposibles de reducir a meros porcentajes estadísticos. La monarquía es un preciado legado de la historia, pero también una esperanza y una garantía para un proyecto de convivencia en común. Es la hora, por tanto, de subrayar lo mucho que nos une y no lo que nos separa. A mediados del siglo XVII, Baltasar Gracián des tacó el valor de la monarquía para conservar y unir una España caracterizada por la diversidad de territorios, climas, lenguas y mentalidades. Aunque el ilustre escritor aragonés estaba pensando en la monarquía de Felipe IV, creo que, si hacemos una reflexión serena sobre la realidad en la que vivimos inmersos, sus palabras son de plena vigencia en la España de hoy. Esa natural disposición para integrar, ese poder conciliador para aliviar tensiones y limar asperezas son virtudes que posee en alto grado nuestra monarquía, desde su singular posición no condicionada por intereses parciales o de grupo. Además, los españoles han reconocido en la monarquía una institución capaz de movilizar sus afectos y sentimientos, un símbolo de libertad, de paz, de continuidad y de cohesión social que identifican con la misma columna vertebral del Estado. Su restauración fue posible porque la dinastía supo adaptar la herencia del pasado y sus propios valores y usos culturales a la altura de los tiempos y, hasta ahora —y a lo largo de estos 25 años—, ha sabido acrecentar su prestigio y dignidad, de tal suerte que sigue siendo la institución mejor valorada por los ciudadanos. Y ello se debe, Majestad, al impecable papel que habéis desempeñado como promotor y guardián del sistema constitucional y haber sido el primero de los españoles a la hora de apostar por un futuro compartido de progreso y en paz, basado en la concordia, el pluralismo político y la integración europea. Os deseo Majestad una larga vida que os permita continuar siendo, como hasta ahora, privilegiado testigo de la unidad, libertad y prosperidad del pueblo español. Muchas gracias " 


PONENCIA EN EL XIII CONGRESO DEL PARTIDO. ENERO 99

LA ESPAÑA DE LAS LIBERTADES

I.- EL PARTIDO POPULAR, PARTIDO DE LAS LIBERTADES Y DERECHOS

 1.      La defensa de todos los derechos y libertades reconocidos por la Constitución es un compromiso fundamental que orienta toda la acción política del Partido Popular. Nuestro partido reafirma en este Congreso tal compromiso y su permanente voluntad de servir al reconocimiento, protección y promoción de todos los derechos y libertades, sin exclusiones. etc, etc, etc, etc      


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